LA VAQUILLA. En qué consiste. Para foráneos y visitantes.

 

Durante siglos, la fiesta, con la correspondiente e imprescindible suelta de vaquillas enmaromadas, se circunscribía a dos días: el de san Mateo y su víspera.

A partir de 1977, año en que, en conmemoración del octavo centenario de la Conquista, se desarrolló durante una semana completa, cualquier excusa fue buena para ampliarla en uno o dos días más.

Así, en la década de los ochenta, se fue imponiendo la celebración de los cuatro días, aprovechando la cercanía de los fines de semana. De manera aleatoria, unas veces se ampliaba con jornadas que precedían al santo. Otras, se ampliaba hacia días subsiguientes.

Además, en 1983, por iniciativa del poeta conquense José Luis Lucas Aledón, se incorporó a los eventos festivos el Pregón. Con brillante resultado, se convirtió en nueva excusa para tener un día más de fiesta.

Tras años de continuo baile de fechas, desde la Agrupación de Peñas Mateas, siendo su Presidente Antonio de Conca, se determinó fijar –muy acertadamente- un calendario definitivo que todavía se sigue respetando.

En la actualidad, la fiesta ha quedado desenvolviéndose, más o menos, de la siguiente manera.

Se desarrolla durante cuatro días: el de san Mateo -21 de setiembre- y los tres que le preceden.

Da comienzo el día 18, con el desfile de Peñas desde la parte baja hasta la Plaza Mayor. A su llegada, a eso de las cinco de la tarde, desde la balconada de las Casas consistoriales, se lanza el Pregón. Cada año se encarga a un conquense conocedor de las fiestas, que suele ser presentado por el pregonero del año anterior.

La Plaza se encuentra atestada de público y de peñas, que jalean al orador, interrumpiéndolo continuamente –forma parte de la liturgia- con “ecos”, cánticos –San Mateo, eo, eo, eo…- y griterío de todas clases. El acto se aprovecha para homenajear, mediante entrega de placas conmemorativas, a las personas que se han distinguido en anteriores ediciones de las fiestas.

Nada más acabar el acto, tras los vibrantes e imprescindibles vivas a Cuenca y al santo que se celebra, bajo los arcos del Ayuntamiento, la Banda de Música ataca una selección de pasodobles, en la que casi nunca falta algún estreno dedicado a un conquense que se ha hecho acreedor del mismo. Esta actuación se repetirá todos los días, como acto previo a la suelta de las vaquillas enmaromadas.

Al término de la actuación musical, Julio –el encargado de ello- enciende y dispara el cohete. Un tremendo chupinazo que anuncia la suelta de la primera vaquilla. Tras ésta, vendrá otra y otra, con un oportuno descanso también anunciado con más cohetes, hasta que el anochecer hace recomendable la salida de la última.  Finalmente, se suelta un torillo de fuego por la Plaza Mayor.

A continuación, las peñas descienden en bullicioso desfile a sus sedes de la parte baja de la ciudad. Tras la cena, a eso de las once de la noche, da comienzo la verbena en la Plaza de Ronda, donde, al igual que en Obispo Valero y San Miguel, se han instalado oportunamente casetas –algunas de ellas enormes- de venta ambulante de bebidas y toda clase de raciones donde reponer fuerzas.

A propósito de reponer fuerzas; en la mañana del tercer día se convoca un gran concurso de gachas –también la idea partió de Lucas Aledón- en el que participa un considerable número de expertos en tan suculenta materia. Las “gachas”, elaboradas a partir de harina de almortas, son un sencillísimo guiso de origen humilde, muy popular entre los conquenses. Antiguamente –y forzados de la necesidad- constituían el principal sustento de sus hogares. Hoy, recordando emociones de viejos tiempos, las degustan como manjar exquisito. Además, constituyen un ritual de convivencia: todos colaboran en su elaboración y todos las comen mojando de la misma sartén, sustituyendo los cubiertos por buenos “cachos” de pan.

Y así, más o menos, se desenvuelven los cuatro días que dura la fiesta.

Conviene aclarar que entre tanto, todas las peñas, desparramadas por el Casco Antiguo, se divierten y reciben a visitantes y amigos –también a desconocidos- con acogedora hospitalidad. Todo el ‘Vaticano’ es un jolgorio –charanga va, charanga viene- de convivencia y buen humor cautivadores. Por otra parte, la suelta de vaquillas deviene derroche de sobresaltos, bromas y sustos, que hace las delicias de cuantos se agolpan en  la Plaza Mayor y las calles adyacentes, desde la del Clavel –donde se ubican las cuadras- hasta Zapaterías –donde concluye su carrera para volver a su punto de origen.

Las vaquillas, corretean a su antojo, con la sola sujeción de una larga cuerda –la maroma- de la que tiran avezados expertos en tan singular oficio: los maromeros.

Ser maromero en Cuenca es ser todo un personaje. Su figura es respetada y querida por todos los corredores y espectadores. Sin ella, los accidentes serían continuos y muy graves algunos. A su momento, le dedicaremos un especial y amplio apartado a tan singular figura, desconocida fuera de esta ciudad.
 
El día 20, víspera del santo, tiene lugar un curioso ceremonial. La comitiva integrada por el Ayuntamiento pleno, bajo mazas y seguido de conquenses, peñas y banda de música, sale de las Casas consistoriales para dirigirse a la Catedral. Allí sale a recibir a la comitiva el Deán y Cabildo catedral para, a continuación, entregar al concejal más joven de la Corporación el Pendón de Alfonso VIII, mediante un protocolo que tiene lugar según rito secular. Tras el rezo de vísperas del santo, y ya con el pendón en manos de la ciudad, la comitiva se dirige nuevamente al Ayuntamiento para depositar allí la bandera real hasta el día siguiente en que, de mañana, será devuelto a los capitulares catedrales, concluyendo la devolución con solemne Misa en honor del Apóstol Evangelista.

Las fiestas concluyen ese mismo día 21, al anochecer, con el disparo de una traca y el petardo final, seguido del canto emocionado del san Mateo, eo, eo… por los conquenses que se concentran en la Plaza Mayor.

Después… a esperar impacientes un año más.   

                                                                  P.R., El Mandil